lunes, 2 de julio de 2012

Permanencia.

Mis mejores momentos para escribir y echar rienda suelta a mi imaginación y verborrea es en plena madrugada cerrada, justo después de esa pesadilla que te deja la piel fría, medio sudada, y descubres que tienes los pelos de punta. Es entonces cuando desearía encontrarme en otra cama, no en la mía, con otras sábanas y, si cabe, sin la necesidad de tener que abrazarme a la almohada para olvidar los miedos del mundo, sus penas y sus desafíos. Es en plena madrugada cuando me despierto asustada y desubicada, cuando comprendo mejor mi lugar. Me refiero a todas esas cosas que le dan sentido a mi vida, o que hacen que mis días merezcan la pena. No hablo de bienes materiales, exceptuando mi violín. Hablo de las personas que demuestran constancia en tu vida, o de esos pequeños detalles que pueden llegar a alegrarte todo el mes.
Muchas veces he afirmado, y abiertamente, que la vida puede llegar a dar literalmente asco. Pero eso incluso puede llegar a no importarme, o a no afectarme. La razón es muy sencilla: un abrazo, una mirada, o que te diga alguien especial que está ahí contigo, a tu lado, y que seguirá permanentemente ahí, siempre. Ahí me doy cuenta de que vengan las adversidades que vengan, si tienes un buen colchón debajo de tus pies, aunque estén descalzos y desprotegidos, el golpe no dolerá tanto, y levantarse será más fácil.
Lo que quiero dar a entender es que no todo es tan difícil -ni tan fácil, por supuesto-. Lo que quiero dar a entender es que siempre se superará el bache. Que pase lo que pase, seguimos adelante. Podemos hablar de crisis, de peleas, de fallecimientos, de despidos, o de un simple mal día en el que te manchaste el pantalón nuevo de barro porque estaba todo repleto de charcos de la lluvia de la noche anterior.
Por eso mismo, cuando creas que todo está perdido y que no hay más salidas, busca, debajo de las piedras si hace falta. Busca porque encontrarás. Y estoy segura.

Mientras, yo estaré aquí.


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