viernes, 28 de diciembre de 2012

El mar en sus ojos.

Esa conversación tenía que haber acabado antes. A veces se le venía a la mente incluso que ni siquiera tenían que haberla empezado. Lo que comenzó con un juego se estaba convirtiendo en una ilusión denigrante. Las escenas se repetían en su cabeza y comenzaba a ahogarse en una ansiosa sensación de agonía y encarcelamiento. Las horas a veces ni siquiera pasaban, y cuando llegaba la hora de Morfeo aún seguía pareciendo de día, como si la luz nunca le abandonara. Era un estado tan metódico y caótico a la vez que daba lugar a la total confusión de motivos, causas y efectos. Parecía irresistiblemente cautivo el sigiloso sentimiento de mostrarse como alguien que no era ante la mirada de sus ajenos, y totalmente inconcebible la descuidada corazonada de que podría encontrar el mar en sus ojos, desnudarse y sentir la gélida corriente de agua rozando su tez, mientras por dentro su sangre se tornaba hacia la misma temperatura fría, quedándose aterido. Sentir como si pudiera fundirse en cualquier momento con la naturaleza, atado a esa sencilla impresión de que su cuerpo y su mente pertenecían a esos únicos y sendos ojos. Podría hundirse en esa mirada y esa voz, perderse con el fluido de sus palabras y sus paradojas, o con su risa, como si de una melodía de ensueño se tratara. Comenzaba a pensar que la pérdida de identidad que estaba sintiendo debía llegar a un fin, que la fusión a medio terminar acabaría perjudicando sus artes personales, y justificarse ante la intranquilidad le haría volverse inseguro e irreparablemente lunático. En aquel mismo lugar, a la hora de siempre, con la típica conversación convertida ya en tópico, y con el tiempo atmosférico sin acompañar, como de costumbre, se dio cuenta de que tenía que parar aquel bucle.
Parecía que el tiempo comenzaba a dar sus frutos, pero retornando a lo pasado supo que siempre volvería a encontrar el mar en sus ojos.
Simplemente tenía que escapar de todo aquello. Desaparecer. La cuestión era encontrar el momento oportuno para explicarle que su vida había concluido ahí. La sorpresa le vendría cuando se percatara de que su error había sido demasiado palpable. Para por aquel entonces ya no habría otros ojos que le miraran como los suyos. Ni otra voz que le sonara tan bella. Ni siquiera otro paisaje que estando tan castigado le resultara tan hermoso.

Sin embargo, nunca sería tarde.


viernes, 14 de diciembre de 2012

Las cuatro estaciones.

Pensaba que no me había estancado, pero allí me encontraba de nuevo, en aquel banco de siempre, rodeada sin embargo de otras palomas; las de las otras veces ya habrían emigrado a otro lugar, habrían cambiado de aires y habrían seguido su vida buscando migas de pan proveniente de otras manos. El cielo tampoco era el mismo; se había levantado una mañana gélida, totalmente invernal, gris, y melancólica. Y el sol que anteriormente me había acompañado en mi rutina de pesimismo, él tampoco estaba allí. Los árboles, qué decir de ellos. Algunos desnudos y otros abrigados, pero bellos, acogiendo en sus brazos vidas, distinguidas vidas pero todas ellas con el mismo sentimiento de libertad. Las calles estaban vacías, excepto algunos peregrinos puntuales que pasaban sin ánimo por allí. El invierno ya había llegado, la época de Navidad empezaba a asomarse. A mí además me consumía. Con aquel sentimiento vacío de soledad.  Con la mirada caída y las manos desiertas. Con el corazón lento. La vida pasaba delante de mis ojos y yo no la veía. Las cuatro estaciones corrían a mi alrededor mientras yo permanecía siempre sentada en aquel banco. Contemplaba el transcurso de la existencia como quien no quiere la cosa, como el subterfugio de la marea que viene y va. Que viene y va mientras mi rostro se petrificaba ante la inmensidad del gran azul. Las nubes comenzaban a llorar, mi piel se humedecía y sentía que el mundo se me caía encima. Cerré los ojos fuertemente y me dejé ir con el recuerdo del mar. Y soñé que el cielo gris se abría para dar paso a la llegada del sol. Los rayos albinos destruían mi desazón. Mi mirada relucía esperanza, y sentía que mis piernas volverían a andar. Al abrir los ojos el cielo seguía gris, el sol aún huía de mí y mi mirada seguía cabizbaja. Pero dentro de mí el recuerdo de la luz se abría camino. Seguía sentada en aquel banco, pero al menos empezaba a renacer.
Había pasado y pasaría por cuatro estaciones: desazón, caída, esperanza y renacimiento. 
Aunque la marea siempre viene y va. Viene y va. Un ciclo repetitivo y vicioso. El otoño siempre regresa y las hojas retomarán su caída.
Siendo optimista, la primavera también vuelve siempre.


Sin ánimo de lucro.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Post Data: I set fire to the rain.

"Nunca te fuiste.
Pero no hay marcha atrás.
Y duele ver como el tiempo pasa,
sin que nada cambie.
Los días siguen siendo iguales.
No puedo engañarme.
Es absurdo.
Es un ciclo que no se cierra.
Un bucle sin fin."

Post Data: I set fire to the rain.

Aunque siempre perdura su concepto de belleza, las rosas también se marchitan.

domingo, 28 de octubre de 2012

Como si volara.

  
Viajando, como renacer. Como si cada día fuera la primera vez que mis ojos admiran el brillo del sol. Como si volara, o como si no hubiera mañana. Sientiendo las vibraciones de la carretera en el volante, o la brisa del gélido invierno cortándome la piel, o la cálida bienvenida de cada amanecer. Expandiendo las horas para que ese momento nunca termine, dibujando sonrisas, con los ojos cerrados, de cara al sol. Sí, como si volara... Saltando y corriendo mientras la sensación de libertad me invade. Como si no hubiera nada más importante que sentir la naturaleza bajo mis pies, incluso olvidándome de respirar. 
Y entonces es cuando me siento así, como si volara, deseando que ese gran placer de la vida sea abrumador, intenso. Que me haga olvidar. Me siento eterna en ese instante en el que no puedo apartar la mirada del horizonte. 

El mundo y yo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Descubriendo el caos de la mañana.



Y qué decir de los sucesos de la vida. El yin y el yan, que del dicho al hecho no hay un trecho, pero del yin al yan solamente puede haber un hecho. Un solo hecho. El bien o el mal. Una elección: el blanco o el negro. Una visión: la luz o la oscuridad. Creer o no creer. Crecer o decrecer. Construir o derrumbar. Entender o malentender. Aconsejar o malmeter. Hablar absolutamente todo, con sus pelos y señales, o brindar el más hermoso y sabio de los silencios.
Y qué decir de las traiciones de la vida. Entre la espada y la pared. Entre Scylla y Charybdis. Igualmente entre el bien y el mal. De nuevo el yin y el yan. Retornando a su pasado. La teoría del eterno retorno. Todo es igual. Cada paso, cada instante, cada suceso es igual que el que viviste ayer, pero en otro ámbito, en otro terreno. De los terrenos de la vida, territorios en sí, propiedades que no pertenecen a nadie, pero nos autoautorizamos, lápiz y papel y el mundo es nuestro, cada beso y cada suspiro nos pertenece. Las lágrimas que un día derramaron por nosotros. Las historias que nos inventamos. La esperanza que robamos.
Pero como el mundo es libre, es hora de romper las barreras, y echar a correr. No hay pertenencias. No hay propiedades. Nada es de nadie; nadie tiene nada. La noción de cero: la invención maya.
Las cinco de la mañana, sonando “La luz de la mañana”; quizá hasta esté a punto de madrugar. Divagando. Cada escrito está inspirado por una canción, por un momento, por un acontecimiento, por un sentimiento. El problema aparece cuando hay un boom de todo ello junto. El caos gobierna, pero “el caos sólo es un orden por descubrir”. Hoy, ahora, me voy con mi caos mental a otra parte, a otra dimensión. Quizá allí esté todo en paz. La vida consiste en descubrir esa paz y, cuando has llegado a ello, pararse para descansar. Quién sabe si hay más camino después de la calma, o si proseguirá más tempestad.

Descansen, en paz. No significa fin de nada, sólo comienzo. 

jueves, 30 de agosto de 2012

El viaje de Galatea.

Sí, abandoné el blog por un tiempo. Y fue lo mejor que pude hacer. Sin embargo hoy he sentido esa necesidad, que ahoga, de volver a estos lares para expresar, quizá dolor, todo lo que siento. 
Tengo música de piano de fondo. En concreto de mi pianista favorito, una canción que la compuso el 27 de este mismo mes, de este mismo año. Es un tema profundamente triste, nostálgico, que me evoca a lugares, momentos, sucesos, felices. "Al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver". Es cierto, pero siento en mí un hondo sentimiento que me dice que vuelva, que jamás abandone esos recuerdos, aunque me hagan daño. Que siga ahí, con ellos, para recordarlos en el último de mis alientos, perecer quizá con una sonrisa, con la mejor de las sonrisas. Pensar en esas personas que estuvieron pero que ya no están. Desear que la vida siguiera, aunque fueran unos días más, para volver a verlas, tenerlas dentro de ti, en tu corazón, donde sea, da igual. Pero tenerlas. Volver a sentir el cálido roce de su piel, el abrazo más sincero y hermoso que jamás nadie podría darte. Volver a ese lugar, con esa persona, al día, el minuto y el segundo exactos en los que fuiste verdaderamente feliz. El auge de tu vida. En donde escribías poesía sin necesidad de pronunciar palabra, sin necesidad de abrir los ojos, ni pensar, sólo viviendo, sólo sintiendo. Que vuelva a ser utópico, idílico, irreal. Volver a pronunciar esas frases que un día te prohibiste. Volver a sentir lo que más miedo te da, porque sabes que luego sólo habrá dolor, miedo, final. Pero bendito sea ese dolor si es lo que tú has elegido.
Yo he elegido sentir ese dolor, aunque sea para siempre. Y conservar cada fracción de poesía que compusimos juntos. Cada fusión de calor. Cada explosión de dulzura, impregnada en mis labios. Cada canción romántica de radio. Cada detalle que evoque la más mínima melancolía. Cada palabra que me lleve hasta ti.

lunes, 23 de julio de 2012

Insomnio.

A veces, enredando con el ordenador y mis viejos discos duros, encuentro escritos míos, como los que he publicado anteriormente. Hace días me puse a leer la narración en la que más parte de mí he dejado, y en sus primeras páginas hay un párrafo que, cada vez que lo leo, se me emborronan los ojos de las lágrimas, y más en estos momentos de mi vida, en los que las pesadillas invaden todas mis noches. 
Vitalismo. Decepción. Comienzo. Valentía. Riesgo. Desengaño. Esperanza. Hablar sobre eso es maravilloso.

"No se trataba de algo más que otra oportunidad. Segundas ocasiones. ¿Casualidades de la vida?. Quizá coger cosas así y subirse al tren puede despertar el verdadero espíritu que se lleva dentro, que está dormido con el son de las circunstancias pésimas de nuestro camino. Debería alzar las manos e intentar tocar las nubes con ellas. Tirarse a la piscina, con ropa, o sin ella. Y nadar, bucear. Sentir el agua helada en la piel y despertarse. La vida al fin y al cabo no es más que otro sueño difícil de creer.
Y seguir buceando, hasta quedarse sin aire. Sentirse fuera de todo pero dentro de uno mismo. No pensar en nada; mirar a alrededor y verlo todo tal y como uno quiere verlo. Sin convenciones, ni miedos. Sólo empezando desde cero cuando se presenta la oportunidad. Y ya, cuando verdaderamente te estás ahogando, abrir los ojos."

        
            Gracias.

sábado, 21 de julio de 2012

Tiempo.

Otro de mis viejos premios de narrativa, inspirado gracias a un antiguo amigo.

"TIEMPO

Quizá mañana el brillo del sol tenga un tono diferente. A lo mejor esta noche la luna tenga un gris distinto. Quizá el cielo dentro de unas horas se vea más anaranjado que los demás días. A lo mejor dentro de unas horas no son las ocho y son las nueve. Mientras más rápido pase el tiempo mejor. Mientras los minutos inmensurables algún día se terminen no importa lo que ahora esté haciendo o lo que haga la semana que venga.
Voy andando por la calle sola, como la mayoría de las veces, con mi reproductor de música puesto, como la gran mayoría de las veces, y con mi violín tras la espalda, como todas las veces. No hay día que no salga con él. Hace que me sienta segura, hace que me sienta bien, hace que me sienta eterna mientras los segundos son incesables, efímeros, quietos, veloces.
La gente no para de mirar a su alrededor mientras yo me entretengo en las agujas de mi reloj.
Voy sin destino. No sé dónde pararé, o dónde torceré. No sé si pararé. No sé qué habrá detrás de esa esquina o más allá de la rotonda de la izquierda. No sé si me voy a sentir con las fuerzas suficientes de seguir mi camino. Mi camino…
Mi camino se va perdiendo entre los pasos ajenos a la realidad. Se siente solo, abandonado, y ahora más que nunca tiene ganas de encontrar una meta que indique su final. Su punto final. Pero no deja de encontrarse con comas, con puntos y comas, con puntos seguidos, con renglones infinitos, con hojas y más hojas de escritos, de escritos perdidos, escritos que se volaron con el son de las circunstancias, con el son de lo que un día quise llamar vida.
Pero, al fin y al cabo, aunque quisiera, sin saber si era o no, la llamé vida. De una forma u otra, era vida, pero quizá no la mía. Quizá esta vida somnolienta se perdió hace algunos años. Quizá esta vida al quedarse vacía perdió su sentido, su razón. Quizá marcharse no fue el mejor remedio de esta enfermedad, una enfermedad que me corroe, que insiste, que no cesa… La soledad…
Nunca me he parado a pensar en la de veces que he podido citar la palabra soledad a lo largo de mis años. ¡Y qué triste es ir acompañada a todos lados de la soledad!
Por primera vez en meses, o en días, o quién sabe hace cuánto tiempo, alguien me para por la calle, alguien interrumpe mi ritmo.
—Perdona, cariño, ¿podrías ayudarme a subir a mi piso estas bolsas? —Una anciana menuda y rugosa me mira con sus ojos fríos y claros mientras su pelo canoso se ondea con el viento.
—Sí, déme las bolsas, señora.
Me introduce tímidamente en un edificio antiguo, con las paredes corroídas por la humedad y el tiempo, con un ascensor estropeado, y con unas escaleras de espiral que parecen interminables. Un escalón tras otro y tras otro. Pero quizá así podré entretenerme en ir contándolos. Así ya no miraré con tanto deseo que las agujas del reloj pasen rápidas. O, aún mejor, quizá cuando mire el reloj habrá pasado tanto tiempo que incluso las agujas podrían haber desaparecido, y con ellas el tiempo se habría esfumado, para siempre… ¿Para siempre?
Ya hemos llegado a su puerta. Ella no me lo dice, pero lo deduzco ya que está sacando un manojo de llaves doradas. Me conduce hasta su cocina. Me sonríe agradecida y me ofrece una taza de té. Nada de té, ni de cafés ni de zumos. Ni siquiera agua. Sólo me apetece seguir contando escaleras, o quizá dejar de contarlas…
Cuando me acompaña a la salida de su piso me insiste en que tome algo con ella, pero por segunda, tercera o cuarta vez he de darle una negativa. Y, mientras, no se me ocurre otra idea que probar a ver si el ascensor estropeado me abre sus puertas.
Una vez la señora dentro, cierro mis ojos, doy unos pasos y respiro fuerte. “¿Sabes qué estás haciendo? Pero, ¿qué pretendes con eso?”
No pienso en suicidarme, ni mucho menos. Sólo necesito tiempo. “Espera, ¿tiempo?”. Estoy obsesionada con el maldito tiempo. Me quito el reloj, tiro el móvil por el buzón de la puerta de la señora a la que he ayudado y pulso el botón de bajada del ascensor.
No tengo esperanza alguna de que se abra el ascensor, pero quién sabe, a lo mejor hay alguna hipotética posibilidad entre mil de que tenga suerte. Y ahí están, esas puertas oxidadas abriéndose ante mí.
Entro en el ascensor con una media sonrisa. Y qué maldita casualidad que en un día ya es la segunda vez que interrumpen mi ritmo y me obligan a quitarme de nuevo la música de mis oídos.
—Chica, creo que se te ha caído este reloj.
—¡No! No es mío.
—Pero si he visto cómo se te caía.
Intento entrar del todo en el ascensor antes de que aquel chico quiera incitar de nuevo en darme el reloj y en devolverme el maldito tiempo. Pero oigo como unos pasos incandescentes me siguen y después cómo las puertas del ascensor se cierran, encarcelándome en él. Pero, en este momento no sé a qué palabra sustituye el pronombre él. ¿Al ascensor? ¿Al tiempo? ¿Al chico?...
Se acerca a mí con sigilo y con mi reloj en la mano. ¿Es esto una señal? El tiempo regresa a mí, pero esta vez no viene solo como las otras muchas veces. Está acompañado, además de una de las miradas más hermosas y tristes que he podido ver en mi vida.
De repente se apaga la luz y se oye un ruido estrepitoso en el corazón del ascensor.
—Vaya, parece que se ha quedado atascado de nuevo —me dice mientras sonríe.
Me siento en el suelo y pongo el violín debajo de mis rodillas mientras me voy apoyando en ellas. Él se sienta a mi lado y me arranca el instrumento de donde yo lo había puesto.
—¿Sabes tocar la banda sonora de La vida es bella? —me preguntó.
—Sí sé, es una de mis películas favoritas.
Pero ahí me he equivocado. He cometido uno de los mayores errores de toda mi vida. El tiempo no ha vuelto con este chico, no. Creo que todo se ha quedado congelado. Miro mi reloj, que aún está en sus manos, y veo cómo las agujas aún siguen su curso. Y entonces le miro a él, que me habla, sin cesar, y me sonríe. Y entonces acabo de darme cuenta de que esta obsesión por el tiempo ha desaparecido un poco. Nunca me he parado a pensar en la de veces que he podido citar la palabra tiempo a lo largo de mis años.
Y ya, ya no sé qué hago en este lugar. Ya no sé qué comí este medio día o qué libro me leí la semana pasada. Ya no recuerdo qué carrera estudié, ni quién fui en mi pasado. Sólo sé que mi camino ha encontrado dos puntos en medio de su carrera. Dos puntos que indicarán un antes y un después.
Pero el ascensor se pone en marcha de nuevo y nos baja hasta la primera planta.
—Bueno, han sido unos veinte minutos de lo más agradables. Espero volver a encontrarme tu reloj tirado en el suelo.
Y ya, ya se ha ido. Todo lo que aquí he paralizado, todo lo que he pensado, todo lo que ha cambiado, ha vuelto a su sitio. Sigo siendo la misma chica solitaria de siempre. Y vuelvo a coger mi ruta cotidiana de no ir a ningún lado, a ninguna parte. Pero de repente me viene una idea rompedora a mi mente. El ascensor, esa única bifurcación que he encontrado desde muchos años atrás hasta hoy.
Y vuelvo a entrar en él. Esta vez sola. Dejo el reloj en la puerta del ascensor y me sumerjo en él. No sé cuánto tiempo me quedaré aquí. No sé qué correrá por mi mente en los minutos siguientes que me esperan. No sé dónde parará, o dónde torcerá. No sé si parará.
En realidad ahora no sé nada. Nunca he sabido nada. ¿Tuve un pasado? ¿Tuve felicidad? ¿Tuve paz? ¿Tuve padres? ¿O en verdad sólo estoy aquí para ocupar espacio?, espacio y tiempo… Ya no, ya no lo sé.
Y quiero dejar de pensar, es más, voy a dejar de pensar. Que mis sueños sigan su propio curso. Pero sólo me plantearé una cosa más antes de cerrar los ojos.
¿Cuánto tiempo estaré aquí?
Y ya mi mente se convierte en una turbina con problemas y pierdo la noción de todas las cosas. Abro el tórax que contiene el corazón del ascensor, y desconecto algunos cables.
Pero sólo me planteo una cosa más antes de cerrar los ojos: esto es para siempre… ¿Para siempre?



Ni mucho menos. Sólo necesito tiempo. “Espera, ¿tiempo?”…"

E.R.M.

martes, 17 de julio de 2012

Lost.

He aquí un viejo escrito mío que fue premio de literatura hará unos años por estos entonces...:
 

"LOST

Dicen que lo que tiene un principio, tiene un final, y que un final es, a su vez, un principio.  Pero eso nunca nos queda claro, y más si uno lo ha dejado todo para escoger un destino nuevo, una vida nueva.
Eso es lo que me pasó a mí. Necesitaba, esperaba, quería, un cambio nuevo; un cambio drástico. Y ahí me encontraba, en la más absurda de las situaciones. Nunca me habría imaginado así, tirada en medio de la nada, en una carretera que si no estaba abandonada era porque yo me había dignado a perderme por allí, con el coche averiado y con una simple botella de agua caliente y a medio terminar.
Cogí el móvil y, como me esperaba, estaba sin cobertura. Pero, ¿y a quién podría llamar? Miles de nombres se me cruzaron por la mente pero deseché todos y cada uno de ellos apenas sin pensarlo.
La única utilidad que tenía el móvil en aquellos momentos era la música, así que puse mi canción favorita, con los auriculares, y me dejé llevar, con los ojos cerrados. Lost, Coldplay.
Just because I'm losing, doesn't mean I'm lost, doesn't mean I'll stop…
Parecía que el crepúsculo se iba asomando. Me gustaban los idilios entre el día y la noche. Más me gustaba el final, la ruptura, cuando todo se hacía oscuro y reinaba la paz, el silencio y la tranquilidad de la oscuridad. Y por cómo era aquel panorama,  estaba segura de que aquella sería la mejor noche de mi vida.
Me cogí uno de los antiguos cigarrillos que mi padre guardaba en la guantera con sus fósforos y me encendí uno. Como era de esperar, yo, que nunca en mi vida había fumado, sentí que me asfixiaba con la primera calada.
Pero ahí estaba. Quería fumar. Total, en aquel instante tenía la ingrata sensación de que todo iba a decir adiós y, si me iba, lo haría con una experiencia nueva.
…Just because I'm hurting doesn't mean I'm hurt, doesn't mean I didn't get what I deserved; no better and no worse…
Cada vez que le daba una nueva calada al cigarrillo me sentía más quemada por dentro, más oxidad, más… cansada.
¿Y quién me dijo a mí una vez que el tabaco era malo? ¡Todo lo contrario! O al menos en aquel momento. Me hizo pensar en cada una de las cosas que hicieron que me marchara, que huyera. Y… lo entendí todo.
…I just got lost. Every river that I tried to cross, every door I ever tried was locked… Ohhh and I'm… just waiting 'til the shine wears off…
Me eché sobre el capó del Rover 45 y preferí quedarme dormida un rato. Demasiado rato.
Me despertaron los rugidos de mi estómago. Parecía que ya estaba amaneciendo y, cuando miré fijamente al sol naciente, me di cuenta de que, en efecto, había sido la mejor noche de mi vida. Me encantó el haber caído en el crepúsculo y después levantarme en pleno amanecer.
Fue en ese instante en el que pensé que era absurdo quedarme allí esperando a que alguien fuera a rescatarme. Quizá un príncipe azul. Total, yo siempre había creído que el amor lo curaba todo…
…You might be a big fish in a little pond, doesn't mean you've won…
En mitad de ese camino, que parecía más desierto que camino, encontré la odisea más inesperada posible. Al parecer otro coche había traicionado a su dueño. Corrí, corrí como una descosida, esperando encontrar a mi salvador y, cuando llegué al coche sólo encontré un par de chocolatinas y un poco de barro esparcido por ambos asientos delanteros. “Bebé a bordo”, ponía en una de las ventanas.
Desesperada, decepcionada y otras muchas cosas más, o quizá nada, comencé de nuevo mi camino, no sin antes coger las chocolatinas que había en el coche, las que no tardé en comerme ni tres minutos.
Pasó, probablemente, un cuarto de día, cuando el cielo se oscureció de repente y la lluvia empezó a caer con torrencialidad. Busqué algún refugio para resguardarme de la furiosa agua y lo único que encontré fue un bajo árbol con grandes ramas que casi llegaban hasta el suelo. ¿Qué especie sería? Era una aficionada de la botánica y en aquellos momentos no supe decir qué árbol era. ¿Tan perdidos tenía mis sentidos?
…Ohhh and I'm... just waiting until the firing stopped…
Dejé que la lluvia se calmase, pero no veía ese momento. Pensé incluso que mi refugio se vería en el suelo de un momento a otro. Tenía miedo. Mucho.
Los rayos hicieron que el cielo se tornase en un azul eléctrico, casi más vivo que yo. Las sombras de las rocas, los arbustos, las colinas, los páramos, los animalejos, se hacían cada vez más grandes, más oscuras, más tortuosas, más terroríficas, más hambrientas. Más hambrientas de mí…
¿Quizá las chocolatinas tuvieran algún alucinógeno? Me froté los ojos con fuerza y me incorporé con rapidez, con lo que me mareé y caí de rodillas al suelo. Me levanté lenta, muy lentamente y comencé a andar, deambulante, por el espacio perdido de la nada, del vacío.
Fue en ese instante en el que me acordé de mis amigos los egipcios. Me dolía la cabeza más de la cuenta y los pies empezaban a quedarse en carne viva. Todo, todo en aquel momento era un caos. Creo incluso que llegué a olvidarme por qué estaba allí, o dónde vivía. O lo que es peor, quién era.
Pero, tal como dijeron los egipcios y luego los herméticos, el caos es un orden por descubrir. Y, un haz de luz, enorme, tan brillante como la vida misma, apareció de la nada.
Era un coche, amarillo chillón. Un coche que, a pesar de las altas horas de la noche, se podría haber visto hasta con los ojos cerrados.
Me puse en medio de la carretera y agité los brazos con fuerza a la misma par que saltaba. Creo que nunca gasté tantas energías como entonces.
Pero, sin embargo, pasó de largo, bordeándome y siguió su camino, no sin antes haber tirado una bola de papel a la carretera que, por si no fuera poco ya, me dio en toda la frente y, con la sorpresa, me desestabilizó hasta caerme.
Sin ninguna esperanza, abrí el folio arrugado que, poco a poco, con la lluvia —ya más dulce—, fue llenándose de negro tras ser disuelta la tinta por el agua.
Apenas leí la mitad del escrito, ya que lo demás quedó inteligible. Aunque perfectamente lo podía haber leído: los jeroglíficos eran pan comido para mí.
Sin embargo el nerviosismo, la angustia vital, me corroían por dentro, y lo único que quería era un poco de tranquilidad y de paz.
“Te fuiste demasiado tarde. Echaste todo por la borda. Drogas, alcohol, fiestas, tabaco, corrupción, egoísmo, hipocresía… Todos esos “valores” quedaron alejados de tu vida. Pero, ¿acaso llegaste a ser mejor que todo eso? ¿Acaso permaneció en ti la felicidad? Lo tenías todo, todo lo imprescindible para ser feliz: el amor de tu vida, una familia y unos amigos. Pero, movida por una incansable falacia de que no eras quien querías ser, dijiste adiós, tú dijiste adiós. Y ahora te ves aquí, enfrascada en un bote de cristal, muy pequeño que te asfixia y…”.

No pude leer más. Lo que la lluvia no había conseguido desvanecer ya lo habían conseguido mis lágrimas.
Cada vez estaba más perdida. ¿Por qué me había ido? Mi caos era aún mucho más y más grande. ¿Cómo me llamaba? ¿Diana? ¿Pedro? ¿Juan? ¿Antonia?
De pronto vi de nuevo el coche amarillo venir de vuelta hacia mí. Me aparté todo lo posible, salí a correr, con el propósito de no leer ningún escrito más que me dijera lo estúpida que había sido. El coche me siguió. Tenía mucho más miedo que antes.
Me sorprendía la evolución tan completamente absurda que había tenido toda mi huída, hasta parar en la muerte.
El coche me alcanzó y no pude más que parar.
—¿Quieres que te lleve a alguna parte? —me dijo el conductor.
—No —le contesté extrañada de mi respuesta —, me quedaré en el limbo.
—¿Segura?
—No. ¿Y eso importa? Intentaré encontrarme…                                                           

—Cariño, creo que es hora de que vayas dejando de escribir.
—Sí, ahora voy.
—¿Sigues intentando construir tu novela? —me dijo chistoso, casi riéndose de mí.
—No, ahora estoy componiendo un diario —respondí seria y muy concentrada en mi trabajo. —Mi diario —proseguí sin que él me escuchara.
—¿Y tiene nombre?
—Evolución. Pérdida. Locura. Fin. Nada. Caos… ¿Y eso importa?

…Ohhh and I'm... Just waiting 'til the shine wears off…".