lunes, 30 de diciembre de 2013

El espejo.

Fue su forma de huir de mi mirada lo que me hizo ser incapaz de olvidarle. Su forma de esquivarme, de seguir mis pasos mientras pensaba que no me estaba dando cuenta. O bien la forma en que teníamos de guardarnos aparente indiferencia. Y, después, de acercarnos el uno al otro y sonreír juntos sólo por el hecho de compartir algo, ilusas sonrisas llenas de pasiones escondidas.
No sé su nombre. Él tampoco sabe el mío. Pero conozco sus ojos, y él conoce los míos. Conozco sus labios y el modo que tienen de contraerse cuando piensa profundamente en algo. Conozco su miedo a perder aquello por lo que ni siquiera le ha dado tiempo a luchar. Conozco su manera de amar en silencio y de inventarse nombres para mí. Su voz, también conozco su voz... Terciopelo, como una suave y cálida brisa de verano, como un abrazo infinito, ahora un recuerdo lejano en el tiempo y en el espacio que sabe a beso de despedida, que se empaña dentro de mí, que amenaza con rendirse.


Fue la forma de despedirnos para siempre la que hoy nos hace perder las esperanzas por un reencuentro que nunca acontecerá.

sábado, 12 de octubre de 2013

Adicciones.

Cuesta creer cuántas adicciones hay. 
Sería muy fácil si sólo hubiera drogas, alcohol y tabaco. 
Lo más difícil de superar una adicción es querer superarla. Nos enganchamos por un motivo, ¿no?
Algunas veces, demasiadas veces, lo que empieza como algo normal en tu vida, se convierte en una obsesión y, de repente, dejas de controlarlo.
Buscamos la euforia, eso que logra que todo lo demás...se desvanezca.
Lo malo de las adicciones es que nunca acaban bien. Llega un momento en el que lo que nos ponía eufóricos, deja de hacerlo y empieza a doler.
Dicen que no superas tu adicción hasta que no tocas fondo, pero... ¿cómo sabes que lo has tocado?
Porque por mucho que algo te duela, a veces, dejarlo duele aún más.

Anatomía de Grey





Dalí

lunes, 29 de julio de 2013

Amores incomprendidos.


(Recomendable que escuches el tema mientras lees la entrada)



Aún me parece mentira que ésta fuera la primera canción que saqué de oído cuando tenía once añitos. Por aquellos entonces sólo hacía un año desde que había empezado con el violín. Aquellos tiempos eran maravillosos. Mis padres estaban muy contentos por mi gran progreso con la música (he de admitir que tenía un talento asombroso y que, por desgracia, he ido perdiendo con el paso de los años). 
No creo en los errores, porque más que llamarlo errores los llamo enseñanzas. Tampoco considero que deba arrepentirme de nada ya que lo que hice en su momento tenía sus motivos y sus razones, aunque ahora, con el paso de las experiencias, puede que no lo comparta y como consecuencia no llegara a hacer lo mismo que antaño.
Hasta ahora la regla siempre se ha mantenido, contando, por supuesto, con su correspondiente excepción: el gran error, lo único de lo que llego a arrepentirme en mi corta vida es de no haberme metido en un conservatorio en el primer momento en que me lo dijeron: tenía los once años recién cumplidos, terminaba el primer trimestre académico y mis profesoras de violín y de solfeo me reunieron con mis padres para decirme que sin pensarlo me llevasen al conservatorio, que había nacido con el don de la música. 
Pero claro, ya crecía en mí una pequeña obsesión por los estudios que me hizo responder de una forma insensata: siempre que se acercaban las pruebas de acceso al conservatorio me echaba para atrás, con la excusa de que no iba a dar a basto. 
Siempre tan insegura. Es absurdo, ¿no? Cuando sientes que algo es tu vida, que ese algo es la razón de tu día a día, resulta absurdo decir que no vas a tener tiempo, porque en esas circunstancias el tiempo no importa.
Tampoco es malo, me supone un recuerdo verdaderamente hermoso. Y como tiene toda historia de amor, mi altibajo llegó antes de entrar en la universidad. Lo abandoné. Un año totalmente perdido. Ahora cada vez que lo pienso se me hace trizas el corazón. Pero sin embargo fue autorrevelador. Cuando lo retomé lo cogí con más ganas que nunca.
Eso de "tengo ganas de ti" es muy cierto cuando el instrumento de un músico se convierte en otra parte de su cuerpo, y de igual modo que como si le arrancaran un brazo, siente el dolor, siente la herida, y siente el desgarrarse de la piel, cuando le quitan su instrumento.
Cuando estoy serena me resulta curioso, y no sé si reírme de mí misma o considerar que es maravilloso: en los momentos más decaídos, y en los más felices, en los más pasionales, siento un deseo profundo y que me ahoga de estar con él. Sí, de abrazar a mi violín, con cuidado, como si él fuera el diario de todos mis secretos. 
Creo que es algo parecido, es quien siempre me escucha, y quien siempre me responde. Y nos contagiamos. Lo que yo siento suena a través de sus cuerdas y a medida que avanza la melodía me serena con su vitalidad.
Nunca he escrito sobre lo que siento por mí violín y por la música, porque lo considero altamente complicado y, sobre todo, altamente peligroso. Ahora estoy en un etapa de gran crecimiento musical y se acercan acontecimientos importantes. Y él me va a acompañar. Sí, es mi gran amor.


El saber que está ahí conmigo, 
para mí,
para siempre,
es el mejor sentimiento.
Es perfecto.
La música lo es.

Este dibujo me lo dedicó mi querido amigo Alexis Díaz


domingo, 14 de julio de 2013

Jugar y perecer.

A quién pretendes engañar.
Si te ocultas de la noche y huyes de la oscuridad, y la soledad, postrado en farolas fantasmas que acompañan la herrumbre y la falsedad de lo artificial, parpadeante como el deseo de alejarse con paso solemne hacia la lejanía del firmamento, y contrariado por la insulsa esperanza de volver a los claros felices de un pasado oxidado y ya olvidado.


A quién pretendes engañar. 
Si vives estafado por esa dulce y cruel esfera azul que nos prometió felicidad, buena abundancia y bienestar, asegurándonos en cambio piedras hirientes y pesadas, pozos de los que no tienen cuerdas colgadas que te ayuden a salir. Torturador de mentes y frustrador de sueños.


A quién pretendes engañar.
Si la belleza del horizonte te daña, y mirar hacia el brillo incandescente del gran ardiente te ciega. Si ves el sol pero no lo puedes mirar.

A quién pretendes engañar. 
Si solo eres capaz de engañarte a ti mismo y hacerte daño,  sufrir por el resto cuando el resto no sufrirá por ti. Si cada vez más permites que las palabras se suiciden en tu boca. Si no distingues el bien del mal ni sabes cuándo termina la noche y comienza el día.

A quién pretendes engañar.
Si siempre estuviste solo y los demás sólo eran una quimera de la sombra de lo que querías llegar a tener, trozos de miradas perdidas y sin camino, corrompiéndose paso a paso a medida que el tiempo decidía apartarlas de tu raíl. Borrosas y confusas, penetrantes y dolorosas, te dejan una vez más a la interperie de no saber qué sucederá.
Y al final, a lo lejos, ya no quedará nadie a quien puedas acudir. Al final, solo te queda la obligación de terminar y concluir con este juego al que algunos todavía llaman vida.


martes, 26 de marzo de 2013

Los tres pasos esenciales.

A los autodidactas. A los cantantes y a los profetas. A aquellos a los que no les enseñaron. A los pintores, y a los que dibujan paisajes con sólo mirarte. A los escritores y a los que no necesitan recitar poesía para saber que son los dueños de las palabras -y también de los silencios-. A los cínicos, a los que mienten. A los que se suben a tu tren sin ni siquiera preguntar. A los que se van por el mismo lugar por el que vinieron, sin reparo ninguno. A los colegas de la infancia. A los lectores. A los que empiezan a soñar, y a los que nunca han dejado de hacerlo. A los amantes y a los que rompen corazones. A los cotillas y a los ignorantes. A los que disfrutan de la libertad y a los dictadores. A los injustos y a los que se sublevan. A los estafadores y a los que juegan con la vida de los demás. A los que se creen dioses y a los que se han ganado el cielo por sus acciones. A los que te llenan de ilusiones y luego te las roban. A los músicos. A los avatares. A los que no crecen, y a los que no quieren crecer. A los creyentes y a los escépticos. Y también a los pecadores. A ti, a mí. A todos.

A todos nos llega un final, pero no antes sin haber pasado por un principio, por una intransigencia de sucesos. Buenos y no tan buenos. Malos y no tan malos. Y antes que quedarse con los brazos abiertos esperando ese final, mejor vivir, como se pueda, cada una de esas situaciones. Y sentir. Si hay ganas de llorar, se llora; y si hay ganas de reír, se ríe; sin la necesidad de complicar lo que es elemental, sencillo, simple. Simplemente hay días en los que es mejor así. Simplemente empezar, transcurrir, y terminar. Los tres pasos esenciales.


domingo, 3 de marzo de 2013

Vi la muerte en tu mirada.


La historia podría dar todos los giros que quisiera, que no habría una sola razón de peso para afirmar que podría haber un atisbo de felicidad en aquel cuarto oscuro y hermético al que llamábamos vida. 
El hedor a putrefacción y a soledad venía de esa misma habitación sin luz ni esperanza. Me adentré en sus profundidades y allí estaba, de cara a mí, la muerte, en todo su esplendor. Y no era la primera vez que me enfrentaba a ella. La vi en sus ojos, en su pelo cano, en las lágrimas secas en la piel de su cara, en su dificultad para respirar. Respirar, lo más básico e innato de todo ser. Y sin embargo ya no podía respirar... En sus nulas fuerzas para afrontar un día más lo que ya todos sabíamos, en su incapacidad de autonomía, en el desánimo que se respiraba en el ambiente.
A todos nos llega nuestro día, tarde o temprano. Algunos tienen un fácil camino, otros padecen acontecimientos más injustos, y luego están aquellos que no han sido capaces de recordar un solo día en el que no sintieran su corazón sufrir.
El nirvana estético del mundo: alcanzar lo supremo en medio de supremas apariencias. Ser nada y todo en la espuma de lo inmediato. O eso al menos afirmaba Cioran.
Al fin y al cabo nuestra vida se resume en ir pasando el día a día, y nada más, de la mejor forma que nos podamos permitir, y rodeados de un flujo de influencias continuas y a veces -la mayoría- perjudiciales. Y después de eso, de la mano de la dama de negro, imploramos poder volver a atrás, recordando sólo aquellos momentos en los que nos sentimos en una nube álgida. 
Porque a pesar de todo, hemos dedicado sonrisas, y aunque hubiera más de una inadecuada y fingida, esas sonrisas fingidas que todos hemos ofrecido a alguna persona o acontecimiento... Porque a pesar de todo, seguro que ha habido una sonrisa sincera y perfecta. Y con esa es con las que debemos quedarnos en nuestro último resquicio de luz. Esas son las que deberíamos ver al salir de aquel cuarto oscuro, enfermizo y desolado. Las únicas que deberíamos conservar en nuestro último recorrido. 
Y si alguien se siente incapaz, es absurdo: la posibilidad de una represalia final está sobrevalorada. 

Buen viaje a todos.

sábado, 19 de enero de 2013

Las parcelas y los capitanes.

        —Sabes, una de las cosas que más me han llegado a preocupar ha sido las injusticias de la vida. A día de hoy pensaba que esta clase de inquietudes irían aminorando en mí. Pero sin embargo me he dado cuenta de que la madurez, por inercia, ha intentado menguar mis sufrimientos ante las hipocresías. He llegado a comprender con el paso del tiempo que si me llegaran a afectar lo mismo que cuando era joven antaño, mi mente y mi corazón no podrían soportarlo.
        >>La historia de vida comprende el crecimiento y el desarrollo de nuevas circunstancias, así como al mismo tiempo se crece el valor y la repercusión de nuestras acciones. Entonces comprendí que a medida que merma la capacidad de nuestra memoria, incrementan y se agudizan los hechos y sucesos de nuestros días. Por eso las parcelas en nuestra mente se van dividiendo cada vez más, quedando menos espacio para aquellas cosas que nos preocupan o entretienen.
        >>Comprendí también que llegará el día en el que haya tantas parcelas y divisiones en mi mente que no seré consciente ni del diez por ciento de ellas. Cuando me cueste recordar, cuando le repita a alguien las cosas porque se me haya olvidado que ya he estado hablando con una persona de ello... Cuando ya no sepa distinguir entre libertad y cautiverio u opresión. Entre bondad y maldad. Entre mar y tierra. Entre día y noche. Cuando ya no me importe que los días pasen rápidos o lentos. Cuando ya no sepa de qué hablar. O cuando mi demacrado cuerpo no me permita leer, descubrir o conocer. Cuando mi curiosidad se vea limitada por las vicisitudes de la recesión de la memoria. Cuando no sea capaz de reconocer las corrupciones de los capitanes.
              >>Cuando mi vida haya perdido el sentido por todas estas razones... Entonces será cuando diga que puedo vivir en una burbuja, ignorante quizá. Entonces será cuando deje de alzar mi voz y mi puño a lo alto del cielo. Entonces será cuando ya no haya más libertad por la que luchar, más oportunidades que pedir, más obviedades que exigir.
     >>Pero ojalá jamás me vea tan limitada como para dejar de expresar y gritar mis pensamientos y sentimientos. Ojalá el hoy nunca termine y pueda seguir siempre amando a la igualdad y la libertad como desde el primer día. Ese amor insensato e incongruente que a veces no me deja ni dormir. Ojalá La Vida tenga algún sentido fundamentado. Y ojalá que ellos, los capitanes, lo descubran antes que nosotros.





jueves, 17 de enero de 2013

En la lejanía prefiero vestirme con tu ropa.


En esos días impredecibles en los que la distancia me consumía las energías, ni siquiera era capaz de nombrarte, recordarte, ni de pensar en ti, en tu voz, tu risa o tu llanto. Ahora, para mantenerte conmigo en la lejanía puedo vestirme con tu ropa, echarme tu perfume, mirar tus fotos, y pensar que estás a mi lado. Abrazarme a la almohada, respirando profunda y tranquilamente.
A día de hoy puedo decir que tu voz, tu risa y tu llanto se funden con los míos, y no hay momento en el que no recuerde quien eras, quien soy gracias a ti, y en quien me convertiré con las líneas de pensamiento que supiste ofrecerme. 
Porque aunque fuera fruta inmadura conocía las adversidades de la vida y sabía que lo que estaba por venir era un sinfín de desmotivaciones e infortunios, una malaventura desconocida e intempestiva. Poco a poco encontré tus huellas, secas y rajadas, por mi camino, mostrando un sendero alternativo. Mostrándome el sendero que inevitablemente me llevará un día hasta ti. El sendero de la vida y la muerte.
Espero despertar tarde o temprano de mi travesía extraviada, acercarme a tu antigua ventana y ver cómo miras mis pisadas posadas sobre las tuyas, sintiéndonos feliz por seguir formando parte de nuestra historia.
Gracias por darme la vida, devolverme los recuerdos y por creer en mí. Porque a pesar de que no estés a mi lado, no hemos perdido el tiempo. Y lo que es mejor, no nos hemos perdido el uno al otro.

Te quiero.



A mi padre (17/I/1956 - 12/V/2007)


martes, 8 de enero de 2013

Notas básicas sobre gramáticas de la vida.

Incluso cuando ya sabía qué contestarle prefirió sellar sus labios y dejarla abandonada en aquellas tristes y desiertas calles. Todavía no era capaz de afrontar que aquellos días terminaban y prefería arrancar el problema de cuajo, por la raíz, fría y calculadoramente. No se paraba a pensar ni llegaba por asomo a ser consciente del sufrimiento que le estaba suponiendo a ella experimentar esa desolación y decepción. Él no había cumplido su promesa y a pesar de que ella le necesitaba, sentía que no sería capaz de perdonarle nunca.
Empezaba a lloviznar cuando ya estaban demasiado lejos el uno del otro. Caía la noche cerrada, y la niebla comenzaba a abatir sus corazones.
A pesar de ello, aquel infame hastío no duró demasiado tiempo. Parecía que amanecía un nuevo día, como si una nueva vida se alzara ante sus ojos. Aquel escuálido renacer evacuaba cada uno de sus jocosos pensamientos. Embaucados por la fervorosa sensación de que lo peor estaba por pasar, enjaularon sus almas y sentenciaron todos los recuerdos que aún perduraban, y aquellos que la buena fortuna había prometido con ofrecer.
Pero sin embargo ya no quedaba nada más, ni habido ni por haber. Aquello era simplemente un punto y final. El cierre de un ciclo.
Aquella pesadilla les había hecho abrir los ojos, no tanto literalmente como sí de forma connotativa, de que lo que puede ir en plural sólo son las comas, los dos puntos. Los puntos y aparte.
¿Pero y los puntos finales? Ellos siempre han sido solitarios.
Sólo hay un único y frío punto final.


"Nadie recuerda un invierno tan frío como éste [...]". Ángel González.