martes, 8 de diciembre de 2015

Tropieza, pero no pares.

A veces me cuesta reconocer que soy de esas típicas personas que no dejan de tropezarse una y otra vez con la misma piedra. Una y otra vez. Una y otra vez... Y me da tantísima rabia... Me llego a sentir verdaderamente estúpida. Pero en fin. Innegable. Así soy yo.
El proceso suele resultar muy jodido en algunas ocasiones. Una pregunta me ronda continuamente la cabeza: "¿ya estamos en las mismas otra vez?". Me agobio. Me abrumo. Me automatizo. Me frustro. Me vengo abajo (muy abajo). Me enfado (me enfado mucho). Y nunca me doy cuenta de ese pequeño y fugaz punto de inflexión que me hace abandonar esos pensamientos irracionales y me devuelve a la vida real. Puedo seguir sintiendo dolor (a veces lloro y cada lágrima derramada es como un trozo de alma, de vida, de alegría que se me va). Puedo seguir sintiendo rencor, incluso cólera. Pero todo eso pasa a un segundo plano, porque ese pequeño y fugaz punto de inflexión me hace entender que de cada tropiezo aprendo algo nuevo que me hace más fuerte, más sabia, incluso más bella. Aprendo que es imposible mantenerse siempre en línea recta. Que por muy en picado que vayan a veces la cosas, alcanzar la cima no es tan difícil si el sentimiento de querer llegar a ella es sincero y profundo. Que incluso el que cree que va a estar toda su vida en la cima caerá, y esa será una caída peor que la de los que nos tropezamos continuamente. Porque gente como nosotros sabemos volar pero manteniendo los pies en la tierra. Sabemos seguir hacia adelante. Sabemos valorar lo fantástica que puede ser la vida. Sabemos que algún día seremos protagonistas de algo maravilloso. Sabemos encontrar la alegría hasta en los lugares más recónditos. Y eso nadie, ni nada (ni siquiera el mayor de los tropiezos) tiene el derecho de arrebatárnoslo.