domingo, 14 de julio de 2013

Jugar y perecer.

A quién pretendes engañar.
Si te ocultas de la noche y huyes de la oscuridad, y la soledad, postrado en farolas fantasmas que acompañan la herrumbre y la falsedad de lo artificial, parpadeante como el deseo de alejarse con paso solemne hacia la lejanía del firmamento, y contrariado por la insulsa esperanza de volver a los claros felices de un pasado oxidado y ya olvidado.


A quién pretendes engañar. 
Si vives estafado por esa dulce y cruel esfera azul que nos prometió felicidad, buena abundancia y bienestar, asegurándonos en cambio piedras hirientes y pesadas, pozos de los que no tienen cuerdas colgadas que te ayuden a salir. Torturador de mentes y frustrador de sueños.


A quién pretendes engañar.
Si la belleza del horizonte te daña, y mirar hacia el brillo incandescente del gran ardiente te ciega. Si ves el sol pero no lo puedes mirar.

A quién pretendes engañar. 
Si solo eres capaz de engañarte a ti mismo y hacerte daño,  sufrir por el resto cuando el resto no sufrirá por ti. Si cada vez más permites que las palabras se suiciden en tu boca. Si no distingues el bien del mal ni sabes cuándo termina la noche y comienza el día.

A quién pretendes engañar.
Si siempre estuviste solo y los demás sólo eran una quimera de la sombra de lo que querías llegar a tener, trozos de miradas perdidas y sin camino, corrompiéndose paso a paso a medida que el tiempo decidía apartarlas de tu raíl. Borrosas y confusas, penetrantes y dolorosas, te dejan una vez más a la interperie de no saber qué sucederá.
Y al final, a lo lejos, ya no quedará nadie a quien puedas acudir. Al final, solo te queda la obligación de terminar y concluir con este juego al que algunos todavía llaman vida.


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