jueves, 17 de enero de 2013

En la lejanía prefiero vestirme con tu ropa.


En esos días impredecibles en los que la distancia me consumía las energías, ni siquiera era capaz de nombrarte, recordarte, ni de pensar en ti, en tu voz, tu risa o tu llanto. Ahora, para mantenerte conmigo en la lejanía puedo vestirme con tu ropa, echarme tu perfume, mirar tus fotos, y pensar que estás a mi lado. Abrazarme a la almohada, respirando profunda y tranquilamente.
A día de hoy puedo decir que tu voz, tu risa y tu llanto se funden con los míos, y no hay momento en el que no recuerde quien eras, quien soy gracias a ti, y en quien me convertiré con las líneas de pensamiento que supiste ofrecerme. 
Porque aunque fuera fruta inmadura conocía las adversidades de la vida y sabía que lo que estaba por venir era un sinfín de desmotivaciones e infortunios, una malaventura desconocida e intempestiva. Poco a poco encontré tus huellas, secas y rajadas, por mi camino, mostrando un sendero alternativo. Mostrándome el sendero que inevitablemente me llevará un día hasta ti. El sendero de la vida y la muerte.
Espero despertar tarde o temprano de mi travesía extraviada, acercarme a tu antigua ventana y ver cómo miras mis pisadas posadas sobre las tuyas, sintiéndonos feliz por seguir formando parte de nuestra historia.
Gracias por darme la vida, devolverme los recuerdos y por creer en mí. Porque a pesar de que no estés a mi lado, no hemos perdido el tiempo. Y lo que es mejor, no nos hemos perdido el uno al otro.

Te quiero.



A mi padre (17/I/1956 - 12/V/2007)


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