La historia podría dar todos los giros que quisiera, que no
habría una sola razón de peso para afirmar que podría haber un atisbo de
felicidad en aquel cuarto oscuro y hermético al que llamábamos vida.
El hedor a putrefacción y a soledad venía de esa
misma habitación sin luz ni esperanza. Me adentré en sus profundidades y allí
estaba, de cara a mí, la muerte, en todo su esplendor. Y no era la primera vez
que me enfrentaba a ella. La vi en sus ojos, en su pelo cano, en las lágrimas
secas en la piel de su cara, en su dificultad para respirar. Respirar, lo más
básico e innato de todo ser. Y sin embargo ya no podía respirar... En sus
nulas fuerzas para afrontar un día más lo que ya todos sabíamos, en su incapacidad
de autonomía, en el desánimo que se respiraba en el ambiente.
A todos nos llega nuestro día, tarde o temprano. Algunos
tienen un fácil camino, otros padecen acontecimientos más injustos, y luego
están aquellos que no han sido capaces de recordar un solo día en el que no
sintieran su corazón sufrir.
El nirvana estético del mundo: alcanzar lo supremo en medio
de supremas apariencias. Ser nada y todo en la espuma de lo inmediato. O eso al
menos afirmaba Cioran.
Al fin y al cabo nuestra vida se resume en ir pasando el día
a día, y nada más, de la mejor forma que nos podamos permitir, y rodeados de un
flujo de influencias continuas y a veces -la mayoría- perjudiciales. Y después
de eso, de la mano de la dama de negro, imploramos poder volver a atrás, recordando
sólo aquellos momentos en los que nos sentimos en una nube álgida.
Porque a pesar de todo, hemos dedicado sonrisas, y aunque
hubiera más de una inadecuada y fingida, esas sonrisas fingidas que todos hemos
ofrecido a alguna persona o acontecimiento... Porque a pesar de todo, seguro
que ha habido una sonrisa sincera y perfecta. Y con esa es con las que debemos
quedarnos en nuestro último resquicio de luz. Esas son las que deberíamos ver
al salir de aquel cuarto oscuro, enfermizo y desolado. Las únicas que
deberíamos conservar en nuestro último recorrido.
Y si alguien se siente incapaz, es absurdo: la posibilidad
de una represalia final está sobrevalorada.
Buen viaje a todos.
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