viernes, 18 de septiembre de 2015

Fuego.

Me encantaba sentarme allí, en mitad de la nada, admirando cómo al atardecer el sol convertía en fuego la hierba, los árboles, el agua, el cielo. Ese color rojo intenso se me clavaba en el pecho, y por fin podía sentirme bien. Vacía, sí. Pero bien. Porque no había nada, sólo naturaleza. Y la naturaleza puede ser devastadora, pero mucho menos devastadora que el daño que puede llegar a hacerte un ser humano.





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