miércoles, 7 de junio de 2017

La ciudad que me aguarda.

Simplemente no quiero llegar a casa. La ciudad me acoge mejor que esas cuatro paredes con eco. Los coches, las farolas, las personas conversando, los perros jugando en la tierra y los árboles que bailan con el viento. El murmullo de la gente que dejo atrás mientras camino, algún bebé que llora, un semáforo que pita y el que yo espero que se pone en verde y aún así no cruzo porque hay un coche en marcha parado y ese sencillo sonido parece que me da luz en mi interior. Las calles que terminan a mi paso. Me quedo sin camino por recorrer y siento que me ahogo. 

El barrio ya está a oscuras bajo la luz de la luna y mis pies dibujan cada vez más pequeñito, cada vez con menos color.
Amigos escuchando música en un banco, un par de señoras mayores riendo a carcajadas en otro. Sus risas hacen que la ciudad parezca que tiene vida propia y que nada malo puede ocurrir aquí.

Cruzo la esquina y un precioso parque me espera justo en frente. Un banco en la penumbra me aguarda. No sé el tiempo que pasa mientras estoy sentada aquí pero daría lo que fuera porque se convirtiera en eterno antes que volver a esas cuatro paredes con eco. Porque cuando vuelva a casa, un día más, no habrá nadie esperándome. Y a veces cualquier cosa es mejor que la soledad. 

Cualquiera.

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