Y qué decir de los sucesos de la vida. El yin y el yan, que
del dicho al hecho no hay un trecho, pero del yin al yan solamente puede haber
un hecho. Un solo hecho. El bien o el mal. Una elección: el blanco o el negro.
Una visión: la luz o la oscuridad. Creer o no creer. Crecer o decrecer.
Construir o derrumbar. Entender o malentender. Aconsejar o malmeter. Hablar absolutamente
todo, con sus pelos y señales, o brindar el más hermoso y sabio de los
silencios.
Y qué decir de las traiciones de la vida. Entre la espada y
la pared. Entre Scylla y Charybdis. Igualmente entre el bien y el mal. De nuevo el yin y el
yan. Retornando a su pasado. La teoría del eterno retorno. Todo es igual. Cada
paso, cada instante, cada suceso es igual que el que viviste ayer, pero en otro
ámbito, en otro terreno. De los terrenos de la vida, territorios en sí,
propiedades que no pertenecen a nadie, pero nos autoautorizamos, lápiz y papel y el mundo es nuestro, cada beso y
cada suspiro nos pertenece. Las lágrimas que un día derramaron por nosotros.
Las historias que nos inventamos. La esperanza que robamos.
Pero como el mundo es libre, es
hora de romper las barreras, y echar a correr. No hay pertenencias. No hay
propiedades. Nada es de nadie; nadie tiene nada. La noción de cero: la invención
maya.
Las cinco de la mañana, sonando “La
luz de la mañana”; quizá hasta esté a punto de madrugar. Divagando. Cada
escrito está inspirado por una canción, por un momento, por un acontecimiento,
por un sentimiento. El problema
aparece cuando hay un boom de todo
ello junto. El caos gobierna, pero “el caos sólo es un orden por descubrir”.
Hoy, ahora, me voy con mi caos mental a otra parte, a otra dimensión. Quizá
allí esté todo en paz. La vida consiste en descubrir esa paz y, cuando has
llegado a ello, pararse para descansar. Quién sabe si hay más camino después de
la calma, o si proseguirá más tempestad.
Descansen, en paz. No significa
fin de nada, sólo comienzo.