domingo, 3 de marzo de 2013

Vi la muerte en tu mirada.


La historia podría dar todos los giros que quisiera, que no habría una sola razón de peso para afirmar que podría haber un atisbo de felicidad en aquel cuarto oscuro y hermético al que llamábamos vida. 
El hedor a putrefacción y a soledad venía de esa misma habitación sin luz ni esperanza. Me adentré en sus profundidades y allí estaba, de cara a mí, la muerte, en todo su esplendor. Y no era la primera vez que me enfrentaba a ella. La vi en sus ojos, en su pelo cano, en las lágrimas secas en la piel de su cara, en su dificultad para respirar. Respirar, lo más básico e innato de todo ser. Y sin embargo ya no podía respirar... En sus nulas fuerzas para afrontar un día más lo que ya todos sabíamos, en su incapacidad de autonomía, en el desánimo que se respiraba en el ambiente.
A todos nos llega nuestro día, tarde o temprano. Algunos tienen un fácil camino, otros padecen acontecimientos más injustos, y luego están aquellos que no han sido capaces de recordar un solo día en el que no sintieran su corazón sufrir.
El nirvana estético del mundo: alcanzar lo supremo en medio de supremas apariencias. Ser nada y todo en la espuma de lo inmediato. O eso al menos afirmaba Cioran.
Al fin y al cabo nuestra vida se resume en ir pasando el día a día, y nada más, de la mejor forma que nos podamos permitir, y rodeados de un flujo de influencias continuas y a veces -la mayoría- perjudiciales. Y después de eso, de la mano de la dama de negro, imploramos poder volver a atrás, recordando sólo aquellos momentos en los que nos sentimos en una nube álgida. 
Porque a pesar de todo, hemos dedicado sonrisas, y aunque hubiera más de una inadecuada y fingida, esas sonrisas fingidas que todos hemos ofrecido a alguna persona o acontecimiento... Porque a pesar de todo, seguro que ha habido una sonrisa sincera y perfecta. Y con esa es con las que debemos quedarnos en nuestro último resquicio de luz. Esas son las que deberíamos ver al salir de aquel cuarto oscuro, enfermizo y desolado. Las únicas que deberíamos conservar en nuestro último recorrido. 
Y si alguien se siente incapaz, es absurdo: la posibilidad de una represalia final está sobrevalorada. 

Buen viaje a todos.

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